EDUARDO OTAROLA: CUANDO LA MAGIA VA DE LA MANO CON LA HUMILDAD.
( A mi querido primer Maestro, con humildad)
Aun cuando en mi niñez había conocido a un verdadero maestro, que se inserta dentro de la tradición de Budhismo Tibetano, el venerable Khenpo Dorgzon Rinpoche, con quien me reuniría dos veces más a lo largo de mi vida (realizándole una entrevista para mi revista “Bajo los Hielos” donde le preguntaría sobre temas como el kali-yuga o la existencia de lugares como Shamballah o Agharta), mi primer encuentro con un Mago occidental ocurrió hacia los 19 años.
Yo estaba en una etapa de pesimismo respecto al mundo. Lo que más leía era Nietzsche y Lovecraft, simpatizando con Cioran, los románticos alemanes y otros autores semejantes.
En una ocasión un amigo que fuera compañero en el Liceo, al que llamaré BS, luego de haber despertado su consciencia y al empezar a desarrollar facultades paranormales a raíz de un terrible accidente automovilístico que viví junto a él y en el cual los dos casi perdimos la vida, y al buscar una explicación y buena dirección a éstas, me comunicó que había conocido a un auténtico Maestro, quien visitaba con cierta frecuencia a un grupo del cual Bustamante estaba participando no hace mucho. En conformidad con mi visión adolescente, le indiqué que dudaba que ello existiera, en especial en Chile y en un tiempo como éste. Es más, lo reté a demostrarle que sería uno más de tantos embaucadores. Acordamos visitarlo. Yo sinceramente pensaba que podría encontrar a uno de esos falsos sabios que abundan en el seudoesoterismo.
Llegó el día. El hombre que veríamos se llamaba Eduardo Otarola. Trabajaba atendiendo un kiosco (no era el dueño sino solo el trabajador) en la vereda sur de calle Alameda Bernardo O´Higgins, en la Estación Central. Al llegar al lugar vi a un caballero de unos 55 años aproximadamente, robusto e incluso un poco gordo, de rostro amistoso. Saludó a mi amigo e intercambió algunas palabras. Luego él mismo se dirigió hacia mí y me dijo risueño: “Yo sé que tú no crees o en verdad te quieres negar a creer ciertas cosas; y vienes precisamente a demostrar la inexistencia de los poderes llamémoslos “ocultos”, pero que son muy reales…”.
Quedé congelado. Bustamante no era alguien que le podría haber contado de mis intenciones reales. Luego mi amigo me confirmaría el hecho que jamás le comentó de aquéllas. Y que solo le preguntó si podía invitar a un amigo a conocerlo.
Me pidió que le pasara mi mano izquierda, a lo que accedí. Observó la palma y con gran conocimiento quiromántico me dejó sin habla, pues empezó a leer en mi mano cosas que solo yo sabía y que nunca le comenté a mi ex compañero. Por ejemplo, el hecho de que yo me había estado ahorcando con el cordón umbilical antes de nacer.
Al ver mi asombro, se sonrío. Y allí se rompió el hielo. Conversamos de cosas triviales, mientras él atendía el kiosco, para vender dulces y golosinas.
Noté otra cosa muy curiosa: Que mucha de la gente que pasaba por ese lugar tan concurrido, lo saluda con un afecto que pocas veces he visto. Las personas más pobres y sencillas iban a pedirle consejos, lo abrazaban, intercambiaban dos palabras con él, etc. Comprendí que no era un hombre normal y que era muy querido por el pueblo. No sé por qué pero pensé en un santo o algo así.
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Desde esa vez fue común que junto a mi tocayo viajáramos especialmente los días sábados en la mañana al hogar de Eduardo Otarola. Vivía en el segundo piso de un edificio cercano al lugar de su trabajo. El barrio era muy pobre y desordenado, pero su hogar sin embargo era cálido y limpio. Tenía una biblioteca esotérica importante. Especialmente había libros sobre el Tarot, la Kabbalah, Quiromancia y Astrología.
Nos contó que había estado en un Seminario católico, pero se dio cuenta que la vida sacerdotal y la dogmática religiosa no eran lo suyo. Renunció.
Su interés por las ciencias ocultas y las actividades paranormales eran su gran preocupación, pero también la ayuda a la gente pobre.
En una ocasión me dijo: “Tú necesitas conocer la pobreza. Ayudar a los pobres. Te voy a invitar a visitar a los viejitos del Hogar de Cristo, a visitar y dar de comida y ropa a los desamparados. Hay gente que sufre y Cristo nos exhortaba a ayudarlos”. Aun cuando no compartía ni comparto su cristianismo, respeto mucho su deseo de ser consecuente.
Vivía solo. Tenía hijos pero lamentablemente la relación con ellos debe haber sido pésima por lo que contaré más tarde. Desconozco si en algún momento se casó y si vivía su ex mujer.
La visita los días sábados era por mí muy esperada. Le habíamos pedido que nos enseñara ciencias esotéricas ante lo cual él ofreció ayudarnos. Era un hombre de una calidez extraordinaria y siempre estaba llano a compartir.
Para conocer a una persona recurría además de la mirada atenta a la observación de las manos a través del arte quiromántico, al tarot y al ajedrez. Sí, era un excelente ajedrecista y un psicólogo que utilizaba este juego como medio de conocimiento de las personas. Decía que uno podía aprender mucho del oponente a través de la manera de jugar y de qué valor le daba a las piezas. Así, por ejemplo, el juego podía revelar a las personas que eran muy arriesgadas de las que no. También uno a través de la importancia que le diera a las piezas podía ser desvelado. Si uno desprotegía al rey era una persona a la cual el yo o el ego no le importaba demasiado. Si descuidaba a la reina, era porque su mujer o su madre no tenía tanta importancia en su vida.
Me dijo que eligiera una ciencia esotérica o un saber que ayudara a los demás y que él me lo enseñaría. Le dije que había estudiado algo de reflexología y que algunas personas decían que mis manos eran “mágicas”.
Un hecho importante desde el punto de vista mágico fue el que relataré.
Mi amigo debido a la edad y al despertar de ciertas facultades paranormales le pidió a don Eduardo si podía leer la mente de las personas.
Como nunca, sentimos que se había enojado.
“Eso, mis amigos, no se debe hacer. La mente de las personas es algo sagrado. Cada uno tiene su cielo y su infierno, y descubrirlo no nos está permitido. Es una esfera privada. Además, uno podría desilusionarse de quienes amamos o estimamos. Además si el infierno personal es a veces difícil de verlo para nosotros mismos, puede ser que el infierno de los otros sea aun más oscuro”.
Luego, nos ordenó que nos sentáramos frente a él. Así lo hicimos.
“Observen mi rostro, solo eso”.
Miré atento. Pensé que todo esto era algo ridículo.
Y, sin embargo, al pasar un minuto noté algo extraordinario. ¡No! ¡No podía ser! Don Eduardo estaba modificando de alguna manera misteriosa su rostro… Y no era el producto de una morisqueta o algo así. Sino que efectivamente su rostro ahora era distinto. La nariz había crecido y se había hecho encorvada. Sus ojos eran más pequeños y de mirada fuerte. Lo que vi puede resumirse como un demonio aguileño.
Estaba aterrado, pero seguí de frente, observando.
Luego, el rostro cambió de un segundo a otro, y la cara apacible que conocía empezó a verse.
Entonces nos dijo:
“Ya es suficiente. BS, por favor, dime tú primero… ¿qué viste?”
Mi amigo sin que hubiera hablado antes conmigo dijo algo sorprendente:
“Lo que vi fue un ser monstruoso de aspecto aguileño”.
O sea, lo mismo que yo.
Y luego don Eduardo me preguntó qué había visto yo, a lo cual solo pude responder que coincidía con lo de mi amigo.
*Pues, bien, han visto lo que les he dicho que podía ocurrir. Encontrarse con el infierno de los otros no es algo agradable y por lo mismo nos está velado” – concluyó de manera irrebatible.
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Había tenido una experiencia bastante anormal aquellos días. Una batalla entre magos se había librado. Mi “polola” (pareja, en Chile) deseaba alejarse de unas amigas que estaban relacionadas con brujería. Pero, deseaba que yo estuviera presente en la ocasión, para lo cual la acompañé a su hogar. Lo ocurrido lo relataré en su oportunidad, si es que lo estimo pertinente. Pero ahora solo quiero indicar que en ese encuentro, al estar cerca de estas dos amigas de mi polola había vivido un suceso que me intrigaba: a pesar que el día estaba agradable, en el transcurso de la hora y media que estuvimos juntos sentí unos cambios de temperatura ambiental que me tenían incómodo: durante diez minutos sentía frío, luego mucho calor, y así sucesivamente. Recuerdo que me saqué el polerón y me lo volví a poner unas seis o siete veces.
Digo que estaba intrigado con este fenómeno pues lo atribuía a la presencia de las jóvenes brujas.
Le quise comentar a don Eduardo y lo visité una mañana de un sábado.
Me dijo que esto no había sido algo meramente psicológico y que por el contrario yo tenía mucha razón al vincularlo con la presencia de las magas negras.
Me dijo que esto era posible y se podía crear a voluntad. Por lo cual pensaba que una de las dos mujeres lo había realizado para incomodarme y precipitar una salida.
Señaló que él había aprendido de un chamán amazónico esta técnica. Cómo conoció al chamán, quién era o en qué año ocurrió esto, eran cuestiones que no le pregunté.
Estábamos en una pieza y pronto sentí calor, luego frío, mucho frío. Todo esto en pocos minutos. Afuera no estaba nublado y la temperatura debería ser cálida.
¡Don Eduardo había logrado a voluntad el mismo efecto que presencié ante dos magas negras!
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Visité durante dos años al menos un día sábado por mes a don Eduardo. Muchas veces con BS. Pero a veces fui solo.
Aprendí mucho de él.
Una de las cosas que hoy entiendo mejor y que más me ha servido es la siguiente:
“Sergio: tú quieres ser un superhombre. Pero antes de serlo, debes ser hombre. ¡Y no creas que es una tarea menor o despreciable! Ser hombre significa tropezarse, caer, levantarse, ir a fiestas, emborracharse, etc. Si no haces eso, no podrás avanzar realmente pues te frenarás de algunas cosas y cuando seas mayor querrás vivirla… pero ya no estarás en el momento adecuado para hacerlas”.
El crecimiento debe partir por la base y no por la cúspide.
Muchas veces intentamos ser sabios, santos o magos. Pero apenas tenemos conciencia de nosotros y nuestros defectos. Tampoco sabemos aprovechar nuestras capacidades, pues el conocernos es un proceso largo y que exige un autoanálisis que pocas veces somos capaces de realizar.
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Lamento que por motivos de mis estudios en la Universidad dejé de lado mis visitas a don Eduardo. Deben haber pasado unos cuatro años sin que lo viera en más de dos ocasiones. Me hice el tiempo pues lo echaba de menos. Ese día tuve solo dos clases, así que me dirigí sin más hacia la Estación Central.
La primera sorpresa era que no había nadie en el kiosko. Presentí algo malo.
Caminé con rapidez hacia su departamento. Toqué el citófono. Nada. Ninguna respuesta.
Lo llamé a voz alzada. Luego de un rato apareció desde una ventana una señora. Me dijo que don Eduardo HABIA MUERTO.
No podía creerlo.
Le pedí más información, pero la señora era muy austera en palabras. Me dijo que había muerto de cáncer al estómago, que había tenido dolores espantosos y que se escuchaba como gritaba de molestia los últimos días de su vida. Que incluso ni sus hijos fueron a verlo, y que solo ahora habían aparecido sin duda para repartirse la herencia.
La nostalgia me embargó. Una lágrima cayó de mis ojos. Mi Maestro había muerto y yo no estuve allí para ampararlo, cuidarlo, protegerlo en sus últimos días.
Hoy sé que los grandes maestros muchas veces asumen el “karma” (por llamarlo de alguna manera) de sus discípulos y amigos. Eduardo Otarola tuvo muchos de estos últimos, adeptos no sé si alguien más que yo. Pero todos fuimos iguales a la hora de admirarlo y todos estúpidamente iguales en la irresponsabilidad de no cuidarlo en el crucial paso al otro mundo.
(Santiago, 15-16 de Agosto de 2013)
Hola Sergio, es tan bello el relato como la humildad que transmites. Un abrazo desde el sur
ResponderEliminarHola.. lei todo lo que pusiste, me gustaria charlar con vos !
ResponderEliminarIgualmente, me sorprende tu sentimiento de culpa hacia el traspaso de su espiritu a los otros planos.. él de ésto seguramente sabía, sabe. pero me sorprende tambien que haya muerto agonizando... ...
es iN-creible tu historia... es muy interesante.. y nada.. saludos.. un abrazo enorme !!!
de un intento de mago.
Muchas gracias a Sergio Cerda y a Imight por sus comentarios. Siempre estoy disponible en mi Facebook para cualquier consulta, opinión, etc.
EliminarUn abrazo